La habitación blanca, apática y fría dejaba entrever una manipulación tecnológica de avanzada. La columna central, gruesa e insensible al lugar hacía sentir que era más miserable en ese enfermizamente organizado despacho.
La gente permanecía sentida con una cara de seriedad que dejaba entrever una impaciencia mal disimulada… los ojos fijos en el suelo de imitación de mármol, las conversaciones en susurros, las imágenes de una película que se ve pero no que no se oye y el martilleo incesante de una interminable remodelación, aumentaba la impaciencia de los “pacientes” que sacudían sus piernas ansiosamente.
Tanta frialdad y tecnóloga era puesta en ridículo por la tropelía de gente desordenada de la recepción: Tres te decían buenos días, otros dos contestaban el teléfono, y algún otro se quedaba observando… pero absolutamente nade era capaz de escribir tu nombre en el papelito con letras garabateadas indicando tu turno.
La gente en bata cruzaba de aquí para allá, hablando una jerga extraña, Incomprensible para el quórum ignorante que esperaba contemplando la pantalla que corre una película que se ve pero que no se oye.
Y pareciera que nada en realidad se oye… las palabras parecen bramidos y los silencios se pierden tras el martilleo eterno de algún obrero que ya empieza a sentir el hambre de mediodía… Afuera, el sol encandelilla y hace el calor más sofocante… quienes salen por esa puerta se enfrentan a un desierto urbano, pero quienes entran descubren una espera purgatorial donde ningún alma va al paraíso y donde todo se ve, pero nada se oye…